

Ritual
Estoy a favor de un arte que es político, erótico y místico, que hace algo más que estar cruzado de brazos en un museo.
Claes Oldenburg, Store Days, Nueva York, 1967.
Con precedentes en el dadaísmo, en el futurismo y en el constructivismo ruso, “las acciones, los happenings y las performances son simplemente acontecimientos efímeros cuya existencia como obra de arte tiene una duración siempre limitada”[1].
Es en los años setenta, aunque esto ha sido muchas veces discutido, cuando son plenamente aceptadas como un medio artístico con derecho propio. En ellas el estatuto de “obra de arte” se derrumba completamente: es un arte vivo de carácter inmediato que puede representarse individual o colectivamente en lugares muy diversos, y en el que pueden entrar en juego diferentes efectos visuales, musicales y sensoriales.
Su contenido no suele seguir una narración tradicional o argumento previamente preparado, el artista asume nuevos papeles más cercanos a la función de mediador y exige, por parte del espectador, la actitud de “observador participante”. El resultado final, lejos de ser una obra en un sentido tradicional, es una serie de acontecimientos de carácter testimonial de diferente naturaleza como fotografías, videos o el recuerdo de los propios participantes.
Estas experiencias, sin ser parte de una liturgia religiosa, toman elementos y recuperan aspectos simbólicos y estructurales de las tradiciones rituales del arte, desplazando su interés a inquietudes de orden técnico, formal, estético, político o social, en las que la religión pasa a ser tan sólo un tema más de representación. Los artistas, intentando trascender las barreras del entendimiento para que el espectador pueda percibir desde otras perspectivas, comienzan a explorar nuevas experiencias que involucran el cuerpo, el movimiento y los sentidos, intentando generar un espacio opuesto a la rigidez de la razón y la forma, buscando lo dionisíaco –como diría Nietzsche-. Para ello se recuperan y reformulan creencias colectivas o elementos sociales y culturales. En este sentido los artistas crearon a través de sus obras una conexión con elementos del imaginario primitivo, donde el cuerpo es símbolo de vida o de muerte, es adorado o sacrificado. La sangre y los fluidos son elementos mágicos o poderosos y el dolor puede tener un sentido ritual[2].
“En algún momento la modernidad trató de sustituir la religión o la moralidad por una justificación estética de la vida. El arte intentó sustituir a la religión y catalizar los anhelos de trascendencia del ser humano. Y es entonces cuando el ritual entró a formar parte de la historia del arte. Pero es un ritual sin mito”[3] (67).
Bibliografía
Aznar Almazán, S., y Martínez Pino, J., Últimas tendencias del arte, Madrid, Editorial Universitaria Ramón Areces, 2009.
Interartive. A platform for contemporary art and thought.
Patín, S., El performance como ritual contemporáneo en Vive.in
http://lupemartineztesis.blogspot.com.es.
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[1] Aznar Almazán, S., El arte de acción, San Sebastián, Editorial Nerea, 2000, pg 7.
[2] La obra de la artista cubana Ana Mendieta es un caso modelo para la comprensión de la función ritual en el arte contemporáneo, sin dejar de mencionar la brutalidad del Accionismo Vienés y las experiencias del Land Art o del Body Art entre otras.
[3] Op. cit., pg. 67.