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Muralismo

A lo largo de la historia del arte, muchos han sido los autores que se han inclinado hacia la representación de su producción artística en un elemento urbano, testigo del paso de los días, de las lluvias y los soles: el muro.

 

El Muralismo Mexicano es uno de los géneros artísticos más distintivos de América Latina. Tiene su origen en la Revolución mexicana, aunque en México el muralismo data de más de dos milenios de historia. Sin embargo, no es hasta 1921 cuando se inicia formalmente la Escuela Muralista Mexicana que poco a poco comienza a adquirir prestigio internacional no sólo por ser una corriente artística, sino por ser un movimiento social y político de resistencia e identidad. En general, el muralismo se nutre de imágenes que a través de la diversidad de sus componentes estilísticos retratan temas como la revolución, la lucha de clases y el hombre indígena. Se sostiene que el muralismo mexicano es un "indigenismo" en la pintura, ya que tiene una fuerte influencia de la estética indígena prehispánica y en cierto modo, varios siglos después y en una sociedad completamente distinta, es su continuación,  De todas formas las referencias a las deidades, costumbres, personalidades populares y ritos perduran en este lenguaje construido de formas, de volúmenes, líneas y colores.

 

Diego Rivera pintó el que es considerado el primer mural moderno, La Creación, en 1922. Con la técnica de la pintura al fresco y al aceite, plasmaba en el muro el reencuentro de las tradiciones de México de los retablos populares y los códices prehispánicos con las referencias que traía de Europa como los mosaicos bizantinos, la pintura italiana y el cubismo. David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo fueron otros destacados muralistas. Pero el muralismo mexicano ha ido evolucionando y artistas contemporáneas como la chicana Sandra de la Loza, quien dirige su investigación artística hacia el muralismo, quien lo reivindica como parte intrínseca de la identidad mexicana. Para ello, propone una revisión del muralismo chicano, a través de un archivo de murales realizados durante los años 70.

 

En cambio, en el mundo anglosajón de las últimas décadas, el muro, a pesar de haber mantenido una función reivindicativa, lo ha hecho a través de una producción y técnica totalmente diferentes, hablamos del graffiti. Tal y como relata el artista e investigador, Javier Abarca, la cultura del graffiti comenzó como una versión sistematizada de los grafitos infantiles, “la inmemorial costumbre por la que niños y adolescentes escriben sus nombres, sus filias y sus fobias, en ciertas paredes libres de control parental”[1]. Esta práctica se fue extendiendo hasta que con el uso normalizado de rotuladores permanentes y sprays,  empezaron a dibujar en los muros pintadas políticas y territoriales. Para 1973, ya estaban fijados los cánones estilísticos y normas de uso de este nuevo lenguaje, con unas reglas perfectamente marcadas -obtención de los materiales, elección de soportes- y una evolución lenta pero precisa.

 

Esta evolución del graffiti ha desembocado en el arte urbano. Ambos comparten  el hecho de que ocurren en el espacio público y por iniciativa exclusiva del artista, sin el control de ninguna institución. Por otra parte, la libertad en cuanto a los contenidos es una de las grandes ventajas tanto del graffiti como del arte urbano. Respecto a sus diferencias, la principal radica en la forma en que se involucra al ciudadano. Este es el límite entre graffiti y arte urbano: el arte urbano es un juego en el que el ciudadano está invitado a participar. En el graffiti no. La mayoría de intervenciones de arte urbano responden a proyectos basados en la repetición de cierta identidad gráfica reconocible, formados por obras encadenadas que cobran su pleno sentido cuando son consideradas en conjunto. La contrapublicidad, el skate o el punk también sirven de referencias para este derivado moderno del muralismo. Pero, ¿cómo se comercializa una obra realizada directamente sobre una pared? Artistas como el francés Pignon-Ernest, lo tienen claro: se vende el boceto preparatorio, acompañado de una fotografía de la obra resultante instalada en la calle.

 

Los muros urbanos se convierten en soportes donde intervenir, la creación abandona el lienzo y se cuela en la calle, muchas veces con el objetivo de convertirlos en espacios de arte para el disfrute de todos los ciudadanos.

 

 

Bibliografía

 

González Mello, R. La máquina de pintar, UNAM, 2008.

 

Mosquera G. y Samos A. Catálogo Ciudad Múltiple City, Panamá 2003.

 

VVAA. La pintura mural en México, Colección arte universal, México, 1967

 

Abarca, J. “¿Qué es en realidad el arte urbano?” disponible en www.urbanario.es

 

Abarca, J. “Graffiti o arte urbano: Julio 204 y Daniel Buren en 1968” disponible en www.urbanario.es

 

 

 

[1] “Graffiti o arte urbano: Julio 204 y Daniel Buren en 1968” de Javier Abarca, Disponible en www.urbanario.es

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