

Inmediatez
Es la sensación de contacto. En cualquier ciudad por donde camines, comprendes, pasas muy cerca de la gente y esta tropieza contigo, en Los Ángeles nadie te toca. Estamos siempre tras el metal y el cristal. Es la sensación de contacto y añoramos tanto ese contacto que chocamos contra otros para poder sentir algo. [1]
Con esta observación el detective Graham (Don Cheadle) de la película Crash, resume lo que sucede en ella: la vida de trece personas que se cruzan entre ellas en menos de dos días en Los Ángeles. Las colisiones van desde contactos suaves hasta choques mortales. Esta idea de “chocar contra otros para poder sentir algo”, para asegurarse de lo presente, es la que se puede resumir con una palabra: inmediatez. ¿Pero qué es esta inmediatez y qué tiene que ver con el presente?
Partiendo de la idea de que el ser humano necesita contacto físico para sentirse vivo y relacionarse con lo que le rodea, entonces, ¿cómo crean esta sensación de inmediatez que significa percibir y sentir sin mediación? La percepción está intensamente vinculada con las habilidades físicas aunque no las controlamos siempre. La sensación, en cambio, es algo que está pasando dentro del ser humano y puede ser también causada por un pensamiento o una memoria que revivimos mentalmente. Un recuerdo puede tener cierta inmediatez, como sucede cuando escuchamos una canción con la que vinculamos un suceso del pasado y, entonces, sentimos un escalofrío. En virtud de las experiencias vividas que llegan a través de nuestros sentidos desarrollamos nuestros gustos y tomamos decisiones sobre ideas y acciones. Lo que parece interesante es que cada contacto externo nos hace cambiar por dentro: a veces incluso nos conmueve por un tiempo. La experiencia física se convierte en un saber y al revés, como lo escribió el artista Joseph Beuys en una carta postal en 1977: “De todos modos estoy pensando con mi rodilla”.
La palabra momento literalmente proviene de mŏvere que significa “mover” y “proceder“. En este sentido, cada “momento” tiene más relación con la experiencia de un movimiento que con algo estático. El cuerpo humano es un cuerpo que se forma debido a sus colisiones y se define a través de sus acciones. Guarda todas estas colisiones suaves o graves y se convierte en un objeto de memoria, no sólo genéticamente, sino también culturalmente. De este modo, “nuestra identidad no es previa en tanto que identidad, esto es, que no viene determinada ontológica ni biológicamente, sino que se entiende como el resultado de determinados esfuerzos culturales de constitución”, como lo describió Judith Butler en 1988[2] con respecto a la identidad de género. De esta forma, para vivir la inmediatez buscamos un toque, una inspiración o incluso provocamos un choque, un efecto-presencia desde fuera para sentir algo por dentro. Nos relacionamos con el espacio en el tiempo y buscamos el contacto con el otro. Esta relación es efímera. A veces es el roce de una persona en el metro o las palpitaciones repentinas de nuestro corazón, que nos hacen pensar por un momento en nuestra presencia finita.
Lo que parece interesante en este contexto es el papel de los medios audiovisuales y la pregunta ¿qué diferencia existe entre un performance «en vivo» y un vídeo que nos enseña un performance?[3] Muchas reproducciones de performances tienen su propio valor artístico, no son sólo documentales, sino que conllevan una dimensión estética y así también de «inmediatez» y de «autenticidad».[4] Lo que sucede en los videos sobre performances lo describe la académica de teatro Erika Fischer-Lichte: Mientras que en la presencia el cuerpo humano aparece precisamente en su materialidad, también en su materialidad, como cuerpo energético, como organismo vivo, los medios técnicos y electrónicos producen la apariencia de actualidad de los cuerpos humanos al desmaterializarlos, al descorporizarlos. Cuanto más eficazmente logran la supresión de la materialidad de los cuerpos humanos, de las cosas, de los paisajes, cuanto más los anonadan, más intensa y abrumadora es la condición aparente de su actualidad.[5] Con respecto a esto, es precisamente la lograda apariencia de actualidad la que origina los efectos de presencia. Pero una estética de lo performativo es, en este sentido, una estética de la presencia, no de los efectos-presencia, una «estética del aparecer, no una estética de la apariencia, como constata ella.[6]
Vivimos en esta ambigüedad: entre la materialidad de las cosas, su experiencia táctil por un lado y el reconocimiento de esas experiencias a través de la producción de imágenes digitales por el otro. Presencia y efectos de presencia se superponen y causan cada uno distintos momentos de inmediatez.
Bibliografía
Fischer-Lichte, E., Estética de lo performativo, Madrid, Abada, 2011, p. 207.
Butler, J, "Performative Acts and Gender Constitution: an Essay in Phenomenology and Feminist Theory", en Performing, Feminism, Feminist Critical Theory and Theater, Sue-Ellen Case (ed.), Baltimore/Londres, 1990, pp. 270-282.
Filmografía
Haggis, P., Crash, 2004.
Obras: Jennifer Allora (Filadelfia, 1974) y Guillermo Calzadilla (La Habana, 1971), Apotomē, 2012, vídeo 16mm transferido a HD, 23 min 05 s, cortesía de Galería Chantal Crousel, París, más información aquí.
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[1] Disponible aquí.
[2] El artículo fue publicado en 1990 en el volumen Performing, Feminism, Feminist Critical Theory and Theater, Sue-Ellen Case (ed.), Baltimore/Londres, 1990, pp. 270-282.
[3] Las primeras realizaciones escénicas de los años sesenta y setenta surgieron como una reacción directa y manifiesta a la creciente preponderancia de los medios de comunicación en la cultura occidental, y que emplearon el postulado de la «inmediatez» y la «autenticidad» como arma para luchar contra ella. Esta posición artística fue defendida y justificada por teóricos de la performance que siguen pensando que una reproducción por medios tecnológicos no es adecuada.
[4] Por ejemplo, la instalación de video Apotomē (2012) de Jennifer Allora (Filadelfia, 1974) y Guillermo Calzadilla (La Habana, 1971) en la que se ve y escucha al vocalista Tom Storms cantando a los restos de los primeros elefantes que llegaron al continente europeo. Storms tiene un extraordinario talento vocal y posee la voz más grave producida por un ser humano y puede alcanzar notas tan bajas que solamente los grandes animales como los elefantes pueden oír. Lo que percibe el espectador en la instalación es un ruido y una vibración a través de los altavoces, más información aquí.
[5] Fischer-Lichte, E., Estética de lo performativo, Madrid, Abada, 2011, p. 207.
[6] Ibídem, p. 208.